Es un predio extenso, que abarca lo equivalente a un par de campos de futbol. Se llama Lomas de Primavera y está en Zapopan, Jalisco, a unos pocos kilómetros de la capital, Guadalajara. Aunque desde la cresta de una colina —donde al mediodía no corre nada parecido a una brisa primaveral que alivie los 35 grados que abrasan la tierra—, rápido se aprecia que la realidad nada tiene que ver con el nombre que alguien le puso a este basurero que desprende hedor a perro muerto.
Elizabeth García, de 32 años, alta, pelo lacio recogido en una cola de caballo y ojos zarcos idénticos a los de su hermano Jorge Alberto, cuyo rostro de abundante barba castaña lleva estampado en una playera blanca con el lema “Desaparecido”, desciende por el cerro hacia las profundidades del tiradero.
Junto a ella, otras 40 personas bajan en fila custodiadas por la policía estatal y elementos de la Comisión Jalisciense de Búsqueda. La mayoría son mujeres, todas integrantes del Colectivo Luz de Esperanza Desaparecidos Jalisco, que dirige el activista Héctor Flores, y todas llevan también estampados en playeras blancas los rostros de adolescentes y de hombres y mujeres jóvenes. Nada extraño en un estado que se ha convertido en un infierno de desapariciones, especialmente para la niñez y la juventud: Jalisco es el número 1 en todo el país con más niñas, niños, adolescentes y jóvenes de hasta 29 años que están desaparecidos, con al menos 3 mil 448 casos activos entre 2018 y 2022 (casi el 50% del total de casos en la entidad), según datos de la Secretaría de Gobernación (Segob). Y también, número 1 en localización de niños y jóvenes muertos, con otros 458 casos (el 45% del total).
Durante el descenso, la comitiva se encuentra con otra mujer de unos 50 años. Es menuda, morena y lleva el pelo negro azabache recogido en un moño.
—¡Deberían venir más seguido por acá! —exclama la señora para sorpresa de las buscadoras, que detienen el paso.
—Por las noches se escuchan gritos —se explica la mujer, que baja la voz al percatarse de la presencia de policías uniformados de negro que llevan el rostro tapado con pasamontañas—. Se han encontrado extremidades regadas por el suelo, piernas quemadas y muchos cuerpos. Los perros caminan por aquí con los huesos en la boca.
Tras despedirse con un lapidario “espero no ser yo la próxima que encuentren aquí quemada”, la mujer comienza a escalar la ladera de la montaña que conduce a la cima de la colina, donde hay un solitario balneario de aspecto lúgubre y abandonado que tiene una alberca de aguas verdes estancadas.
Las integrantes del colectivo dejan un momento en el suelo las mochilas, las varillas, los picos y las palas. Se miran pensativas bajo la sombra de un árbol: el testimonio inesperado de la señora coincide con lo expresado por algunos “pitazos anónimos” que les llegaron con el mensaje de que en este basurero es común encontrar a perros callejeros con restos humanos colgando del hocico. De hecho, por esos “pitazos” es que están en este basurero con engañoso nombre de urbanización de lujo, pues sospechan que se trata de “un tiradero de cuerpos” del Cártel Jalisco Nueva Generación. Uno más de tantos: menos de una semana después de esta jornada de búsqueda, hasta 10 bolsas con restos humanos fueron encontrados el 4 de junio en otra barranca en la colonia Miguel Hidalgo, también en Zapopan. Y, poco después, se confirmó que entre los restos estaban los de ocho jóvenes que trabajaban en un call center en Zapopan que habían desaparecido unos días antes.
Mientras continúa el descenso por las laderas escarpadas que conducen a las entrañas del tiradero, Elizabeth cuenta que su hermano Jorge Alberto, quien apenas rebasa la barrera de los 29 años, desapareció el 18 de marzo del año pasado en el municipio de La Barca, una localidad de unos 38 mil habitantes que está ubicada entre Jalisco y Michoacán. La Barca, explica Elizabeth, es ahora mismo una “zona de silencio” del narco, donde son comunes las balaceras “en la mañana, en la tarde y en la noche”, los “levantones” y, más recientemente, las desapariciones, especialmente, las de jóvenes.
—En los grupos de Facebook de La Barca se publica muy seguido que no encuentran a un chavo, a un joven o a una muchacha. Pero la gran mayoría de las personas no ponen denuncia por miedo.
En el caso de Jorge, su familia sí denunció su desaparición en las fiscalías de Michoacán y de Jalisco, aunque no ha habido avances en las pesquisas a más de un año. Nada extraño tampoco en Jalisco, donde, según datos también de la Segob, más del 60% de las denuncias de desaparición de jóvenes de entre 26 y 29 años interpuestas entre 2018 y 2022 continúa sin resolverse.
Según refirió un testigo, continúa narrando Elizabeth —que ya llegó con el resto de mujeres al fondo del tiradero para empezar la búsqueda—, la tarde noche del 18 de marzo del año pasado Jorge iba manejando a bordo de un Tsuru por las calles de La Barca, cuando, de la nada, se le atravesó una camioneta de la que salieron hombres armados.
—El testigo dijo que mi hermano gritaba: “¡Me están confundiendo! ¡Me están confundiendo!”. Pero lo golpearon, lo metieron a la camioneta y se llevaron su carro.
El Tsuru, como el resto de vehículos que forman la pequeña flota de taxis que tiene el padre de Jorge, llevaba un geolocalizador. Elizabeth y su familia se movilizaron a medianoche y llegaron hasta el punto que les marcaba el GPS en una orilla de la carretera Tototlán-Ocotlán, todavía en tierra jalisciense.
—Pero ahí no estaba el carro, ni tampoco estaba Jorge —lamenta Elizabeth que acaba de introducir la varilla en las cenizas todavía humeantes de una hoguera en la que hay tenis viejos, ropa y hasta restos de sanitarios hechos pedazos.
Lo único que encontraron, dice mientras desliza sin esfuerzo la varilla hasta las entrañas de la tierra, fue el silencio y una carretera desierta.
CDMX, con más casos activos de menores desaparecidos
Las desapariciones de niñas, niños y jóvenes no son exclusivas de Jalisco, ni tampoco son un fenómeno reciente en el país. Aunque las estadísticas oficiales muestran que el panorama, lejos de haber mejorado en estos cuatro años del gobierno de López Obrador, ha empeorado tanto en Jalisco, la entidad con más desapariciones que gobierna Enrique Alfaro, como en otras partes del país.
De acuerdo con datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), de la Segob, las denuncias por desaparición de jóvenes aumentaron 34%: de 39 mil 646 registradas con Peña Nieto entre 2015 y 2018, se pasó a 53 mil 165 entre 2019 y 2022; una denuncia cada hora. El Estado de México, con 8 mil 716 casos entre 2018 y 2022, es la entidad con más denuncias, seguida de cerca por Jalisco, con 7 mil 433.
En cuanto a las denuncias que siguen activas, las estadísticas muestran que en cuatro años de López Obrador hay al menos 17 mil 711 niñas, niños y jóvenes de hasta 29 años que siguen desaparecidos (2019-2022), casi un 40% más que en el periodo de Peña Nieto, que terminó con 12 mil 817 casos vigentes.
Por bloques de edad, en lo referente a menores de 18, la Ciudad de México es la número uno con mil 030 casos activos entre 2018 y 2022; le siguen Estado de México, con mil 004; Jalisco, con 651; Veracruz, con 423, y Tamaulipas, con 381.
En el bloque de 18 a 25 años, Jalisco, con mil 818 casos, es la número 1 con más jóvenes actualmente desaparecidos, seguida de Tamaulipas, con 710 casos.
Y en el bloque de 26 a 29, Jalisco, de nuevo, es la número 1 con 979 jóvenes que siguen desaparecidos.
Sonora: 88% de casos denunciados siguen sin resolverse
Asimismo, este medio hizo un análisis para determinar cuáles son las entidades donde hay más denuncias que siguen activas en proporción al total de casos.
Los datos de la Segob arrojan que Sonora es la número 1 en este rubro: entre 2018 y 2022, registró un total de 817 denuncias por desaparición desde niños hasta jóvenes de 29 años. De ese total, siguen sin resolverse el 88% de los casos. Es decir, casi nueve de 10 denuncias por desaparición en ese estado no se han resuelto todavía. Le siguen en el ranking Tamaulipas, con el 57% de los casos de niños y jóvenes de hasta 29 años sin resolverse, y Zacatecas, con el 54%.
Asimismo, en cuatro años de este sexenio, ha aumentado un 56% la localización sin vida de niñas, niños y jóvenes de entre cero y 29 años, con mil 850 casos entre 2019 y 2022; 664 muertos más que en los últimos cuatro años de Peña Nieto.
En el bloque de 26-29 años, el aumento fue todavía mayor: de 336 casos entre 2015 y 2018, se pasó a 588 entre 2019 y 2022, una subida del 75%. Jalisco, de nuevo, con 459 jóvenes hallados muertos entre 2018 y 2022 es la entidad número 1 en este rubro, seguida muy de lejos por el Edomex, con 111 casos.
—Sí, en Jalisco hay muchos jóvenes desaparecidos: de 15, 16, 17 años, hasta los veintitantos y los treintas, aunque aquí ya hemos visto de todo: se han llevado a personas de hasta 80 años.
Héctor Flores González es secretario técnico y cofundador del Colectivo Luz de Esperanza Desaparecidos Jalisco y es padre de Héctor Daniel Flores Fernández, un joven de 19 años que, según la denuncia del activista, fue sustraído el 18 de mayo de 2021 de su hogar en la colonia Vallarta de Guadalajara por elementos de la fiscalía estatal, en conjunto con el crimen organizado.
—El problema de las desapariciones está muy fuerte —insiste el activista cuando se le plantean algunos de los datos expuestos unas líneas arriba—. Pero el estado de Jalisco no lo quiere reconocer y la Federación tampoco. Y por eso las familias estamos olvidadas y nos orillan a buscarlos ya muertos o quemados en un basurero, porque las fiscalías no quieren investigar ni buscarlos en vida.
Héctor, que lleva una gorra con la visera para atrás y viste una camisa de cuadros de la que cuelga por el cuello un botón de pánico para alertar a las autoridades en caso de amenaza o agresión, así como unos pantalones de mezclilla grises y unas botas, cruza los brazos y explica con la boca seca por el sofocante calor del basurero que, en su opinión, tantas desapariciones están relacionadas “con un gran problema de trabajo forzado” de niños y jóvenes.
—Es una nueva esclavitud —sentencia tajante—. La gente se le acaba al cártel y ya no es tan fácil el reclutamiento, por eso se están llevando en masa a los jóvenes a “trabajar” para ellos como “halcones” o sicarios. O si no, los matan.
En el caso de su hijo Héctor Daniel, el activista explica que, de acuerdo con la carpeta de investigación de su caso, un testigo que estuvo con él y logró escapar señaló que a los jóvenes que sobrevivían a las “golpizas” y las “torturas” les ofrecían un trabajo al que no podían negarse.
—Los hincaban y les decían que tenían que trabajar para ellos. Y los que decían que no… pues les daban un balazo y a la fosa.
Miguel Ángel Gómez, un exadministrador de negocios de 51 años, es otro integrante del colectivo. Él busca a su hija Yessenia Araceli Gómez Castañeda, de 28 años, desaparecida el 3 de marzo de 2022 en la colonia Arenales Tapatíos, en Zapopan. Como Héctor, él también ha recibido amenazas de muerte y por eso lleva colgando del cuello el botón de pánico que les otorga el Mecanismo Federal de Protección a activistas de la Secretaría de Gobernación, y también cree que detrás del aumento de desapariciones está, principalmente, el reclutamiento forzado.
—Mucha gente piensa que los chavos quieren entrarle al narco, que por el dinero, el poder, las series y todo eso. Pero no saben que muchos entran a la fuerza, porque si no lo hacen los torturan, los desmiembran y luego van por sus familias. Al final del día, esos jóvenes son víctimas.
A continuación, Miguel cruza los brazos sobre el regazo donde lleva impresa la fotografía de su hija. Encoge los hombros y concluye:
—Yo no concibo que un joven vaya por su propio pie con los narcos y les diga: “Oigan, quiero ir a matar con ustedes”. Simplemente, no lo concibo.
Entre fosas y “halcones” de 16 años
Elizabeth García, la hermana de Jorge Alberto, y doña Betty, de 61 años, no se conocían. Hasta que un día coincidieron viendo fotografías de cabezas, torsos, extremidades y restos humanos en un atestado depósito de cadáveres.
—Los cuerpos completos son siempre de gente ya mayor —explica Elizabeth, que continúa introduciendo la varilla en las hogueras que hay por el tiradero para marcar posibles fosas a analizar—. Y los que están con balazos, con tiros de gracia, con las cabezas cortadas, o las extremidades mutiladas, son jóvenes.
Desde entonces, las une el dolor y la amistad: Elizabeth cuenta que la lucha de Betty —“Se iba sola al cerro, a los basureros y a las colonias violentas a buscar a su hijo, es una guerrera”— fue la que la inspiró para convertirse en activista y buscadora. Y por eso, por esa admiración y la amistad, la mujer dice con la voz quebrada que cuando se enteró en diciembre pasado de que habían localizado al hijo de Betty en una fosa en la colonia San José del Quince, en El Salto, sintió como si ahí también hubiera aparecido muerto su hermano.
—Cuando me avisaron, fue un llorar y llorar. No dejaba de pensar en doña Betty. Atrás de la propia casa de su hijo, ahí lo encontró hecho pedazos. Solo lo pudo reconocer por los tatuajes.
Antonio Becerra, el hijo de doña Betty, tenía 32 años. Fue hallado en la fosa junto a otros cinco jóvenes, entre ellos Jairo Jonathan Bustos, de 29; Alan Ismael Pedroza, de 25, y Juan Carlos Gutiérrez Calderón, de 24. Todos fueron torturados y desmembrados.
A pesar de la localización de su hijo, doña Betty continúa acompañando al colectivo: de personalidad alegre y activa, hace bromas en el autobús para relajar un poco el ambiente en el trayecto desde la Comisión Estatal de Búsqueda, a unos pocos kilómetros de la catedral de Guadalajara, hasta el basurero en Zapopan, y da consejos y ánimos a las más nuevas.
Una de las más jóvenes es Michelle, indígena de 19 años. Es morena, delgada y tiene el rostro permanentemente ensombrecido por la desesperación y la tristeza. Hoy es su primer día buscando en terreno a su esposo Luis Ángel Gómez Martínez, de 20 años, desaparecido en diciembre de 2022. Ángeles García, de 24 años, menuda, delgada y de sonrisa tímida, es otra de las integrantes más jóvenes del colectivo. Ella busca a su padrino Rubén Alfonso Esteban, desaparecido el 6 de febrero de 2019.
Precisamente, a las 13:06 horas, Ángeles estaba contando que tuvo que dejar su trabajo como maestra para dedicarse a buscar a su familiar, cuando dos motos de alta cilindrada aparecen rugiendo por una vereda.
Cuatro jóvenes que no pasan de los 16 años las conducen. Uno de ellos se dirige a una de las madres que escarban la tierra junto a dos integrantes mujeres del Colectivo de Búsqueda estatal.
—¿Qué andan buscando? —se alcanza a escuchar que pregunta el chavo que viste una playera amarilla, pantalones cortos y unos tenis. La mujer, que se cubre del sol con un fular, apoya la varilla en el suelo y responde señalando con la mano al resto de madres que visten las playeras con los rostros de sus desaparecidos.
Varios minutos después, y ante la insistencia de las preguntas, un solitario agente de policía estatal encapuchado —casi todos los demás se quedaron arriba de una colina en la que hay un árbol de gruesas ramas de las que, como si fuera una horca, cuelga una llanta que se mece con el poco viento que alivia el calor— se dirige a los jóvenes y estos desaparecen por el laberinto de veredas.
—Son “halcones” —dice Ángeles con seguridad y el ceño fruncido, y comenta que ya ha aprendido a identificar rápido a los “chavitos” que las vigilan.
—Desde las motos que traen, tú ya ves que son halcones —se le dibuja una sonrisa cansada en el rostro sudoroso—. Porque si tú tuvieras una moto así, ¿cuándo la ibas a llevar a un lugar desierto y lleno de veredas de terracería como este? N’hombre, vienen a vigilarnos; a checar qué hacemos y a ver si la Guardia Nacional está por la zona para avisar al cártel.
“Mataron a mi juventud”
Doña Teresa Lomelí es madre de Alejandra Guadalupe Campos Lomelí, de 29 años. Alejandra es una joven alta y de cabello largo hasta la cintura, que desapareció tras asistir a una consulta médica en la colonia Villa Verde de Guadalajara el 3 de marzo de 2021; se la llevaron personas armadas junto a su pareja, Gabriel Moreno, otro joven de 26 años.
Doña Teresa va acompañada de su otra hija Mayra, de 28. Tras la escena de los posibles “halcones”, la mujer encoge los hombros y dice algo que engloba buena parte de la complejidad del fenómeno de los jóvenes, las desapariciones y la violencia de la que son tanto víctimas como en algunos casos victimarios.
—Lo peor es que todo este sufrimiento que estamos viviendo lo están provocando otros jóvenes. Jóvenes que están desquiciados por las drogas o que no tienen de qué vivir; o jóvenes a los que obligan a hacer cosas inhumanas.
Cualquiera que sea el caso, reflexiona la mujer, la violencia está destruyendo a generaciones como la de sus dos hijas, ya sea que estén de un lado o del otro de la balanza. Su hijo menor, por ejemplo, es músico. Pero lo dejó tras la desaparición de su hermana Alejandra. “Dice que ya no le interesa la vida”, musita Teresa. Mientras que su otra hija, Mayra, también alta y de pelo larguísimo, asegura que ya tampoco vive si no es para buscar a su hermana, o para ayudar al colectivo a encontrar a los desaparecidos que se cuentan por miles en Jalisco y en todo el país.
—De todas las fichas de búsqueda que hago al día, que son como 10, la mayoría son jóvenes de 22, 24, 25, máximo 30.
—Es muy riesgoso ser joven —agrega tras reflexionar durante unos segundos en los que se ajusta sobre la frente una gorra azul de los Yankees de New York—. Muy peligroso —subraya—. Máxime, si eres mujer, y además una mujer bonita como mi hermana. Por eso ya no puedo salir sola a ninguna parte, porque tengo mucho miedo —niega con la cabeza y se coloca unos enormes lentes de sol sobre la nariz que le tapan buena parte del rostro.
—Y por eso ya dejé de ser joven —sentencia tras exhalar un suspiro—. Ya no salgo, no tengo vida social, no hago nada. Solo me dedico a buscar a mi hermana. Me destruyeron por completo la vida. Mataron a mi juventud.
Son las 7:00 de la tarde del viernes 26 de mayo. El tráfico está denso en el crucero de la calle Puerto Melaque y la concurrida avenida Juan Pablo II, a unos pocos kilómetros del casco antiguo de la capital jalisciense. Arriba de la banqueta, en el pequeño hueco de unos 10 metros que dejó libre la propaganda adelantada de los candidatos a la Presidencia de la República, Héctor Flores y Miguel Ángel Gómez se afanan en pintar de blanco el pedacito de barda que les cedieron. Ahí colocarán, entre otros casos de jóvenes desaparecidos, las lonas con las fotografías de Ronaldo González Aldúñez, de 24 años; Jesús Gerardo González Quiroz, también de 24, y de Nayeli Montserrat Flores López, de 22, cuya hija Ximena ya es buscadora con tan solo ocho años.
Aunque Ximena no es la única buscadora con tan corta edad. En la tarde de este viernes 26 de mayo, otro niño de solo cinco años, Zaid Alejandro, ayuda a extender la lona con la ficha de su tío desaparecido, Jesús Gerardo González. El niño, que lleva la cabeza rapada —salvo un pequeño copete que peina a lo Peaky Blinders—, agarra la lona con la imagen de su familiar, la observa con una sonrisa posando para la cámara del periodista y, mientras su padre la clava a martillazos en la pared que reza “Jalisco está triste”, se entretiene mirando videos en el celular.
Miguel Ángel, el papá de la joven Yessenia Araceli Gómez, observa de reojo a Zaid Alejandro rodeado de botes de pintura y fichas de desaparecidos, y niega con la cabeza. Ningún niño debería dejar de serlo por dedicarse a buscar a un ser querido, parece reflexionar con una silenciosa expresión de tristeza en los ojos.
Héctor Flores, que acaba de clavar sobre la pared de ladrillo desgastado la última de las 10 fichas, se reúne con Miguel y ambos observan en silencio lo que llaman “la ventana de esperanza”.
A continuación, ambos se palmean la espalda, sonríen cansados y se preguntan con sarcasmo cuánto les durará abierta esta vez la “ventana”.
—Aquí ponemos fichas de desaparecidos en las calles y al día siguiente ya no están, las quitan —explica Miguel—. Es nuestro derecho y nuestra exigencia, pero nuestros políticos están más preocupados por su imagen. No quieren que la sociedad ni los turistas se den cuenta de este gran problema.
Héctor, por su parte, interviene asegurando que en Jalisco las autoridades “desaparecen a los desaparecidos” hasta de tres formas distintas.
—La primera es cuando se los llevan. La segunda, cuando tratamos de difundir la desaparición, pero el gobierno quita las fichas y los desaparece ante la sociedad y la memoria del pueblo. Y la tercera es cuando los encontramos, pero pasan a desaparecer de nuevo en las morgues entre los miles de cuerpos que siguen sin identificar.
Finalmente, a las 8:30, la noche termina por caer sobre Guadalajara.
Héctor, Miguel y otros cuatro integrantes del colectivo, incluido el niño de cinco años, comienzan a guardar en un coche los botes de pintura y las fichas que no alcanzaron espacio en la barda. Los viandantes caminan por la banqueta sin voltear a las fotografías —van concentrados en encontrar un bar donde ver la final del futbol mexicano entre las Chivas y los Tigres—, pero, de pronto, una mujer de unos 60 años se detiene y se acerca a ellos.
—No digan mi nombre, no quiero problemas —se presenta casi en un susurro—. Pero quiero que sepan que ahí justo, ahí en el crucero, yo escucho por las noches muchos gritos de muchachas. Creo que ahí las guardan y luego se las llevan —la mujer apunta con la barbilla a una intersección donde, a un costado, hay una casa vieja de planta baja que tiene la fachada opacada por la oscuridad.
Héctor y Miguel le agradecen el tip y la señora continúa con su camino.
En el coche, el periodista pregunta a los padres buscadores qué tan creíble puede ser la denuncia de la mujer.
Los activistas responden con una sonrisa agotada en sus rostros.
—Claro que es creíble —dice Miguel ante la mirada silenciosa de Héctor, que asiente—. Lamentablemente, estamos en un país que es una trituradora de jóvenes.