Ciudad del Vaticano. Benedicto XVI, que murió este sábado a los 95 años, prometió tras su renuncia en 2013 no hacerle ninguna sombra a su sucesor, el papa Francisco, pero en realidad nunca se hizo olvidar, alimentando la saga de «dos papas», amigos y a la vez rivales.
Algunas de sus decisiones marcaron una voluntad diferente y generaron desconcierto entre muchos católicos: siguió llamándose «Papa Romano Pontífice emérito Benedicto XVI», el nombre que el alemán Joseph Ratzinger escogió al ser elegido papa en 2005; y siguió vistiendo la sotana blanca y residiendo en el Vaticano.
La presencia de dos papas, «los dos de blanco» como recalcó entonces la prensa, desató un problema inédito en la historia reciente de la Iglesia.
El primer pontífice en renunciar al Trono de Pedro en seis siglos había prometido vivir «escondido del mundo», en un antiguo convento, llevando una vida de contemplación e investigación académica.
Pero acabó interviniendo en temas delicados como el abuso sexual por parte de curas y pronunciándose contra la posibilidad de ordenar sacerdotes a hombres casados.
La contribución del anciano Benedicto XVI en 2020 a un libro de defensa del celibato fue interpretada como un nuevo intento de presionar a Francisco, orquestado por los opositores del papa argentino.
Sectores ultraconservadores de la Iglesia han convertido a Benedicto XVI en emblema de la ortodoxia teológica frente a Francisco, a quien han llegado a acusar de hereje por sus aperturas en el campo social.
Muchos expertos señalan que esa tensión pudo ser alimentada por la falta de reglas precisas sobre el papel de un pontífice que renuncia.