* El monarca prometió continuar con el legado de su madre, que la hizo muy querida y popular. No lo va a lograr si empieza su reinado con escenas de cólera o corriendo a colaboradores. La Corona la heredó, pero no está de más que recordara que al primer rey Carlos se la quitó el pueblo… junto con la cabeza
Crónica., 15 de septiembre del 2022.- La primera declaración de Carlos III, nada más ser proclamado rey de Gran Bretaña, fue prometer que iba a dedicar todo su reinado a preservar el legado de su madre, fallecida el pasado jueves 8 de septiembre.
“Mi amada mamá cuando cumplió 21 años se comprometió a dedicar su vida, ya fuera corta o larga, al servicio del pueblo”, recordó el rey, de 73 años (cumple 74 el 14 de noviembre), en su primer discurso a la nación, grabado en el Palacio de Buckingham y retransmitido por televisión. “Yo les renuevo hoy esa promesa de servicio durante toda la vida”, agregó Carlos III.
Pues bien, todavía no ha enterrado a su madre —el funeral de Estado será el lunes— y el nuevo monarca británico ya ha dado señales alarmantes de que en al menos una cosa no va a estar a la altura de Isabel II: el cuidado de las formas.
En apenas cinco días de reinado, circula ya en las redes sociales un video de Carlos III a punto de firmar el documento histórico que lo confirma como nuevo monarca. En la escena, se le ve molesto porque había un tintero que entorpecía su firma, y se le ve luego encolerizado, moviendo repetidas veces la mano, porque su ayudante no entendió la orden a tiempo.
De inmediato, las redes sociales se llenaron de críticas y memes contra el nuevo rey, por su trato despótico hacia un miembros de su servidumbre. “Si lo trata así delante de las cámaras, ¿cómo será a puerta cerrada?”, “se cree que vive en un reino absolutista”, “es lo que pasa cuando tiene que ponerse a trabajar a los 73 años”; o lo que escribió uno a modo de advertencia siniestra, cuando le recordó cómo acabó el rey inglés con su mismo nombre, Carlos I, quien fue decapitado cuando se atrevió a abolir el Parlamento, en contra del deseo del pueblo.
«Oh Dios, odio esto»
Quizá por la vorágine de los acontecimientos vividos en esta semana de luto en Gran Bretaña, o porque nadie se atrevió a enseñarle el indignante video, Carlos III volvió a demostrar su malhumor este martes en Belfast (Irlanda del Norte), de nuevo en un video y ante una firma, esta vez en presencia de la reina consorte, Camilla.
Poco después de saludar a los seguidores de la Corona, el matrimonio real se dirigió al castillo de Hillsborough, cerca de la capital norirlandesa, para realizar una firma de libros. Después de equivocarse en la fecha, reaccionó con frustración cuando la pluma que estaba utilizando goteó tinta en su mano.
“¡Oh, Dios, odio esto!”, dijo enfurecido el nuevo rey al notar la mancha en su mano. Acto seguido, se puso de pie y dijo con evidente malhumor, dirigiéndose a los presentes: “¡No puedo soportarlo; cada maldita vez me hacen lo mismo!”.
En los 70 años y 214 días de Isabel II en el trono —o dicho de otro modo, en 25,783 días— no hubo una sola ocasión en que quedase registrado o hubiese testimonio de una escena de despotismo o autoritarismo hacia el personal palaciego, o a las millones de personas a las que ha visto o tenido que saludar en cualquier parte del mundo durante su reinado, el segundo más largo de la historia.
El “regalo” póstumo de la reina a su hijo
El tirón de popularidad de la fallecida reina —superior al 80% en sus días finales— es tan alto y el impacto de su muerte tan sentido, que su sucesor Carlos III claramente se está beneficiando.
De hecho, la popularidad del rey se ha doblado en estos días históricos de luto y ascensión al trono. Según una encuesta publicada por YouGov.org este lunes, el apoyo de los británicos al nuevo monarca se ha doblado, al pasar de apenas un 32% a un 66%.
Sin embargo, el “efecto funeral” un día acabará, mientras que las encuestas alertan que el apoyo de los jóvenes sigue siendo su talón de Aquiles, ya sea porque se declaran republicanos o porque prefieren un rey más de su época, lo que explica la popularidad de su hijo Guillermo, el nuevo príncipe de Gales, y de su esposa Kate, quien acaba de heredar el título de princesa de Gales que llevó Lady Di, hasta su trágica muerte, hace 25 años.
Así que, cuando pase la ola de simpatía hacia la monarca fallecida y, por extensión, a su enlutado hijo, la realidad del nuevo rey es que debe aprender a reinar como lo hacía su madre, si es que quiere copiar el secreto de su éxito: una mezcla de saber estar y de esquivar los escándalos, o de corregirlos a tiempo en las pocas ocasiones que su comportamiento irritó al pueblo, como cuando se resistió durante días a rendir tributo a Diana de Gales y finalmente lo hizo con un mensaje a la nación e inclinando la cabeza al paso de su féretro.
En cualquier caso, no es buena señal que, menos de una semana después de convertirse en rey, decidiera despedir de un plumazo a un centenar de personas que trabajaba en la oficina del príncipe de Gales y el personal en Clarence House, su residencia hasta la semana pasada.
Despido masivo
Entre los afectados, informó el diario The Guardian este martes, figuran secretarios privados, la oficina financiera, el equipo de comunicaciones y personal del hogar, algunos de los cuales con décadas de antigüedad, que recibieron la noticia mientras se celebraba el servicio religioso en honor de la reina en la catedral de Saint Giles, en Edimburgo, el lunes.
“Todo el mundo está furioso. Todo el personal había estado trabajando muy duro desde la noche del jueves (cuando murió Isabel II) para encontrarse con esto… La gente está muy alterada», dijo a The Guardian una fuente no identificada.
Y mientras tanto, a miles de kilómetros de donde se celebrará este lunes el funeral de Estado por la muerte de Isabel II, las pequeñas ex colonias británicas en el Caribe se aprestan a convocar un plebiscito que pregunte a sus pobladores si quieren que Carlos III sea su jefe de Estado o prefieren deshacerse del último vestigio de un pasado colonial y pedir reparaciones por la esclavitud.
Por el contrario, los grandes países de la Commonwealth —Canadá, Nueva Zelanda y Australia—, ya sea por cariño y respeto a Isabel II, han dado muestras claras de que quieren que Carlos III siga siendo su jefe de Estado. De igual manera, las multitudes vistas en Edimburgo y Belfast, despidiendo a “su” reina y celebrando a “su” rey, parecen indicar que Escocia e Irlanda del Norte no piensan deshacer el Reino Unido y declararse independientes.
Pero todo podría cambiar si el nuevo rey británico persiste en una actitud despectiva, altanera o incluso déspota hacia sus súbditos. Los pueblos pueden cambiar rápidamente de opinión… y si no, que se lo digan a su antepasado Carlos I.